Ese hombre que nunca se sabe cuándo va a llegar anuncia su presencia con el melancólico sonido de un acordeón: su eco, el otro hablante de su lengua. El instrumento musical destartalado es la sola compañía que lo sigue durante sus largas jornadas de búsqueda por la ciudad que, para él, no tiene puntos de referencia, ni norte ni sur, y es sólo un laberinto de calles que recorre guiado por el instinto, por la urgencia de sobrevivir.