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Más bravatas de la OTAN

A

penas hace semanas Estados Unidos (EU) informó haber desplazado su submarino más sofisticado, dotado de ojivas nucleares, hasta aguas al norte de las islas británicas desde donde importantes blancos rusos estarían al alcance de sus misiles.

Vaya balandronada, pues la ostentosa noticia carece de importancia si se toma en cuenta que desde hace décadas existe una intimidación mediante colosales misiles de gran alcance. Estaban emplazados en EU o en países aliados. Muchos blancos rusos vitales han estado a distancia de fuego desde entonces.

Parece que la aparatosa maniobra forma parte de una operación de efectos más sicológicos que prácticos, destinada a mantener un ambiente de preguerra.

Su destino no es sólo atemorizar a Vladimir Putin. Más bien parece que mantener la guerra en Ucrania sea el preámbulo de una nueva forma del acoso occidental ya de 70 años, desde 1949 en que se crea la organización precisamente para asediar a la entonces URSS.

La bravata no asusta a Putin ni a sus medalludos mariscales. Si algo le sobra al ruso es frialdad, cálculo y experiencia. No ve fantasmas. Y es sorprendente que los analistas de inteligencia biográfica estadunidenses y sus inmensos recursos no hayan penetrado hasta el alma de Putin y anticipado la lógica de sus jugadas.

Él bien sabe que la OTAN y el presidente Zelensky no, negativo, no iniciarán una guerra que, de cualquiera que fuera su naturaleza original, irremediablemente se transformaría en una guerra general, nuclear en su última expresión. Ellos bien saben que eso no pasará y Putin también. No lo asustan.

De manera concurrente opera el apretado revés al Partido Demócrata en las elecciones intermedias estadunidenses, cuyo efecto adicional será agudizar el ya complejo ejercicio presidencial de Biden. Bastantes líos tienen Biden y sus halcones para abrir un frente, el que de abundante e imparable sangría puede derivar en inmolación. No lo harán.

Los estadunidenses, sus aliados en la OTAN y otros países conscientes de los efectos secundarios de una guerra advierten que se está creando un costoso impasse que se podría semejar a la guerra fría, a Corea, Vietnam o Afganistán.

Porque, más allá de las circunstancias existentes al fin de la guerra fría, hoy las relaciones Este-Oeste deberían centrarse en la cuestión alcanzar un estatus, pues no se advierte solución armada.

Al no hacerlo, hoy se vive una situación incierta con la embozada amenaza de un conflicto militar abierto, ambigüedad que crea grandes servidumbres. Mientras, seguiremos jugando al gato y al ratón.

Por parte de EU, seguir pretendiendo expandir la OTAN a costillas de Rusia sería el error más fatídico desde iniciada la guerra fría. Confrontar a la entonces URSS ha sido su misión desde 1949. Sus halcones debieran calcular que tal postura puede inflamar más aún los impulsos nacionalistas, antioccidentales y militaristas de la opinión rusa. Así es la apasionada alma de la Madre Rusia. ¡Cuidado!

Ya hemos escrito: estaríamos iniciando una guerra de civilizaciones. Sería recalentar las relaciones Este-Oeste y dar lugar a la política exterior rusa en direcciones que no llevan a nada constructivo. ¿Dónde queda China, India o Siria en este choque Este-Oeste?

Así, mientras la OTAN y su preceptor, EU, se enredan con su cola, Putin se prepara para nadar en las aguas heladas de algún lago congelado. Así, todo se mueve, pero todo está detenido. Es la característica del momento, en el que no se advierte que tenga fin.

Para el general Tod D. Wolters, comandante supremo de la OTAN, después de serlo durante las guerras del Golfo, Irak y Afganistán, debe ser una experiencia ingrata aceptar que pasará la última experiencia de su carrera sumido en simulaciones, bravatas y jugando golf.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció la alerta de 300 mil soldados, los que siempre están en tal estado pues son básicamente estadunidenses acuartelados en Europa. Ayudaremos a Ucrania en la transición de la era soviética a la modernidad de la OTAN, fue su último farol.

También lamentó que Rusia ha desencadenado la mayor crisis de seguridad en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, y alardeó, valentón, que, frente al desafío ruso, la OTAN respondió con fortaleza y unidad, una jactancia propia de la llamada guerra sicológica que sólo opera para cándidos.

Lo real es que Europa vuelve a ser el tablero geoestratégico donde se dirime la hegemonía mundial. Es el Armagedón de las civilizaciones oriental y occidental. Hay dos tiempos a atender: 1) un tiempo inmediato que son las siguientes semanas y hasta el fin del invierno con las insuficiencias de gas y alimentos; 2) otro tiempo es el del mañana, de impreciso perfil, pero que realineará a las potencias. Falta escuchar un redoble muy largo.

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