En cafeterías o en bares, ciertos ciudadanos avientan, espontáneos y sin engolar la voz, lecciones de sentido común e incluso de sabiduría, cada vez más escasas en las aulas y en las casas, donde hace años televisor y celular fueron adoptados como miembros favoritos de la familia, con consecuencias imprevisibles pero catastróficas al sustituir el arte de la conversación con imágenes y metalenguajes tan limitados como el grueso de los usuarios.