Preciosos pontífices bendiciendo la ancianidad… con 14 subordinados a su servicio –escribe Susana L–. “Somos una feliz pareja de abuelos –comparte Luis F– y un buen día, todavía en la cama los dos, atrajo mi atención que mi querida esposa alzaba la voz agresivamente, pues hablaba por teléfono con su hermana sobre un familiar cercano. Procurando que dejara de hablar así y se enfocara en algo más positivo le dije: ‘bájale por favor’. Al instante mi adorada mujer, en tono respetuoso replicó: ‘ya no puedo hablar ni en mi propia casa, perro desgraciado’. Hacía tiempo que no me enganchaba con sus dulces comentarios, pero me enganché, recordándole entonces como unas 10 veces a todo pulmón a la que la trajo al mundo. Salí de casa y mientras manejaba me vino un ataque de risa, pues estaba arremedando a mi dulce compañera gritándome yo mismo: perro desgraciado, perro desgraciado. No me desagradó el mote”.
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